Recordando estas cosas mientras alistaban el baúl de José Arcadio, Úrsula se preguntaba si no era preferible acostarse de una vez en la sepultura y que le echaran la tierra encima, y le preguntaba a Dios, sin miedo, si de verdad creía que la gente estaba hecha de fierro para soportar tantas penas y mortificaciones; y preguntando y preguntando iba atizando su propia ofuscación, y sentía unos irreprimibles deseos de soltarse a despotricar como un forastero, y de permitirse por fin un instante de rebeldía, el instante tantas veces anhelado y tantas veces aplazado de meterse la resignación en el fundamento y cagarse de una vez en todo, y sacarse del corazón los infinitos montones de malas palabras que había tenido que atragantarse en todo un siglo de conformidad.
-¡Carajo! -gritó
Amarante, que empezaba a meter la ropa en el baúl, creyó que la había picado un alacrán.
-¡Donde está! -preguntó alarmada
-¿Qué?
-¡El animal! -aclaró Amaranta
Úrsula se puso un dedo en el corazón.
-Aquí -dijo
Importado de "Cien años de soledad"
20110123
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