20130409

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  En el siglo cuarto, San Jerónimo rechazaba por completo la idea de que Adán y Eva fornicaran en el paraíso. Por el contrario, Juan Escoto Erígena, gran teólogo del siglo noveno, admitía semejante idea. Pero imaginaba que a Adán se le elevaba el miembro tal como se eleva el brazo o el pie, cuando quería y como quería. No busquemos en esta imagen el eterno sueño del hombre obsesionado por la amenaza de la impotencia. La idea de Escoto Erígena tiene otro sentido. Si el miembro puede elevarse por una simple orden del cerebro, la excitación carece de utilidad. El miembro no se yergue porque estemos excitados, sino porque se lo ordenamos. Lo que al gran teólogo le parecí a incompatible con el paraíso no era la fornicación y el placer ligado a ella. Lo incompatible con el paraíso era la excitación. Recordémoslo bien: en el paraíso existía placer, no excitación.
  En esta meditación de Escoto Erígena podemos encontrar la clave de una especie de justificación teológica (dicho de otro modo, de una teodicea) de la mierda. Mientras se le permitió al hombre permanecer en el paraíso, o bien (al modo de Jesús, según afirmaba Valentín) no defecaba o, lo cual parece más probable, la mierda no se entendía como algo asqueroso. Cuando Dios expulsó al hombre del paraíso, hizo que conociera el asco.
 El hombre empezó a ocultar aquello de lo que se avergonzaba y, cuando levantó el velo, le cegó un resplandor. De ese modo conoció, inmediatamente después del asco, la excitación. Sin mierda (en sentido literal y figurado) no existiría el amor sexual tal como lo conocemos: acompañado de palpitaciones del corazón y ceguera de los sentidos

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