20150225

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  Una de las cosas extraordinarias de la vida es la clase de sitios donde está
dispuesta a prosperar. En cualquier lugar donde pueda encontrar cierta especie
de asidero. Ya sea en los embriagadores mares de Santraginus V, donde
parece que a los peces les importa un bledo saber en qué dirección nadan, o
en las tormentas de fuego de Frastra, donde, según dicen, la vida empieza a
los 40.000 grados, o bien ahondando en el intestino delgado de una rata
simplemente por puro placer, la vida siempre encuentra un medio de aferrarse
a alguna parte.

  Y existirá vida incluso en Nueva York, aunque es difícil saber por qué. En
invierno la temperatura cae bastante por debajo del mínimo legal o, mejor
dicho, así sería si alguien tuviera el sentido común de establecer un mínimo
legal. La última vez que elaboraron una lista de las cien cualidades más
destacadas del carácter de los neoyorquinos, el sentido común ocupaba el
puesto setenta y nueve.
  En verano hace demasiado calor. Una cosa es pertenecer a una forma de
vida que prospera con el calor y considera, como los frastrianos, que una
fluctuación entre 40.000 y 40.004 representa una temperatura estable, y otra
muy distinta ser la especie de animal que tiene que envolverse en montones de
otros animales en un punto de su órbita planetario, para luego encontrarse,
media órbita después, con que la piel se le está llenando de ampollas.
  La primavera está sobrevalorada. Muchos habitantes de Nueva York
parlotean exageradamente sobre los placeres de la primavera, pero si
conocieran realmente los mínimos placeres de esa estación sabrían por lo
menos de cinco mil novecientos ochenta y tres sitios mejores que Nueva York
para pasar la primavera, y sólo en la misma latitud.
  El otoño, sin embargo, es lo peor. Pocas cosas son peores que el otoño en
Nueva York. Algunas de las formas de vida que habitan en los intestinos
delgados de las ratas no estarían de acuerdo, pero como en cualquier caso la
mayoría de las cosas que viven en el intestino delgado de las ratas son
desagradables, su opinión puede y debe descontarse. En otoño, en Nueva
York el aire huele a fritanga de cabra, y si se es muy aficionado a respirar, lo
mejor es abrir una ventana y meter la cabeza dentro de un edificio.

Importado de "Informe sobre la Tierra: fundamentalmente inofensiva"

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