-Cuando regreses al Poniente, ¿repetirás a tu gente los relatos que me haces a mí?
-Yo hablo, hablo -dice Marco- pero el que me escucha sólo retiene las palabras que espera. Una es la descripción del mundo a la que prestas oídos benévolos, otra la que recorrerá los corrillos de descargadores y gondoleros del canal de mi casa el día de mi regreso, otra la que podría dictar a avanzada edad, si cayera prisionero de piratas genoveses y me pusieran el cepo en la misma celda que a un escritor de novelas de aventuras. Lo que dirige el relato no es la voz: es el oído.
Importado de "Las ciudades invisibles"
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