20140913

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-¿Para qué viene aquí, señorita Basden?
Ella se interrumpió en la mitad de una frase, con la parte superior de su cara todavía alegre, pero dejando caer poco a poco la mandíbula inferior.
-¡Oh, sé que soy culpable! -dijo Andrés-. Yo le he dicho que viniese. Pero, en realidad, no padece usted mal alguno.
-¡Doctor Manson! - tartamudeó sin poder dar crédito a sus propios oídos.
Era enteramente cierto. Andrés comprendió, con cruel discernimiento, que todos los síntomas de la dama eran debidos al dinero. Ella no había trabajado un día en su vida, su cuerpo estaba fofo, rozagante, sobrealimentado. No dormía porque no ejercitaba los músculos. Ni siquiera ejercitaba el cerebro. No tenía que hacer otra cosa que recortar cupones, pensar en sus dividendos, reñir a su criada y meditar en lo que comerían ella y su Lulú de Pomerania. ¡Sólo si saliera de su pieza e hiciera algo efectivo! ¡Si abandonara todas esas píldoras, sedantes, hipnóticos y colagogos y demás porquerías; diera algo de su dinero a los pobres y ayudara a otros y dejara de pensar en sí misma! Pero jamás, jamás haría esto, era inútil pedírselo siquiera. Estaba espiritualmente muerta y también lo estaba él.
-Andrés dijo reposadamente:
-Siento no poder seguir siéndole útil, señorita Basden. Es posible que yo me vaya. Pero no dudo de que usted hallará otros médicos por aquí, que se sentirán muy felices de servirle de alcahuetes.

Importado de "La Ciudadela"

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